
No fumo y apenas bebo. No juego a las tragaperras y no suelo pisar los clubes de alterne. Pero tengo algunas adicciones. Vamos, como casi todo el mundo que conozco, en eso tampoco soy diferente a los demás. Una de ellas es la
música.
En mi
iPod hay ya más de 2.500 canciones y todavía me faltan muchos discos por digitalizar. Pero desde hace una semana no lo saco de casa. En los últimos dos años lo he llevado conmigo a todos sitios. Me ha acompañado en el metro, en el avión, en los autobuses. En el supermercado, en las ruidosas calles y en la cama.
Pero desde hace una semana
he roto con él. Sí, he sucumbido a las
advertencias sobre los problemas que acarrea sobre la audición. Soy algo hipocondriaco y lo cierto es que este tema era algo que me preocupaba desde hacía tiempo: Madrid obliga a llevar el volumen muy alto porque hay ruido por todas partes.
Así que he decidido dejarlo. Y es duro. No sabéis cuánto. Porque cuando alrededor de ti el 90% de lo que oyes son sólo tonterías, la
música es un bálsamo evasivo de primer orden. Pero el miedo me puede más. El miedo a no escuchar algún día esas canciones que me emocionan es el que me lleva a no escucharlas en la calle. Una extraña paradoja, pero prefiero ser conservador, así que las disfruto ahora en casa. Y creo que cada vez las aprecio más.
PS: sí, he vuelto, siento mi 'desaparición' pero asuntos laborales y familiares me han tenido apartado del blog. Me alegro de estar de vuelta, la verdad.