Pero nada más pisar la piscina sonríe, con su pelo recién peinado. Se ducha. Se acerca a las escaleras y sufre un pequeño escalofrío al introducir su cuerpo en el agua. Allí ya está ella, como cada día, con su piel color membrillo.
No puede evitar mirarla, mirarla con ojos ávidos mientras la saliva llena de deseo comienza a invadir el interior de su boca. "Nada como una diosa", piensa. Y recuerda sus días de juventud -hace tantos años ya- al observar los pechos turgentes y las piernas tersas moviéndose en armonía.
Daría algún que otro día de lo poco que le queda por vivir por poder tocarla, por besarla, por tenerla entre sus brazos. Y como cada día nota ese cosquilleo en la entrepierna. Llega entonces el milagro de todas las mañanas: una erección inusitada que le hace sentirse tan vivo como cuarenta años atrás.
Inspirado en la canción Nadadora, de Family.

2 comentarios:
Así me gusta, que no defraudes, gracias por alegrarme mi comienzo de noche.
Estaba decidiendo si ver una película o agarrarme a alguna conversación sin sentido de la tele. Gracias al relato me he decantado a lo mentalmente equilibrado.
oye, pues me alegro de haber podido contribuir a que te decantaras por lo equilibrado. Todo un honor :-)
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